Recelosas raíces
Uno de los sentimientos más básicos e inherentes al ser humano y de cara al resto de sus congéneres debería ser la «confianza». Esto no quiere decir que se hable de «básico» en cuanto a simpleza, sino refiriéndonos a su esencialidad; una base fundamental que nos permitiera caminar en la misma dirección hacia un próspero amanecer. A pesar de todo, en el instante en el cual decidamos pararnos a observar el mundo en el que vivimos, una mirada bastará para ser conscientes de cómo la teoría no podría estar más lejos de la práctica.
Nos encontraremos ante estructuras cuyo esqueleto está conformado por una base de embustes. Sociedades levantadas con cimientos revestidos de engaño, actuando éste como eje central del armazón principal. Relaciones, independientemente del tipo, donde se manipula sin pudor. La deslealtad, por pequeña que sea, está a la orden del día.
Wilhelm asistió a demasiadas clases donde aprendió esta lección de primera mano.
Eso le llevó a considerar la mentira como la mayor de las traiciones, aún sabiendo que para mentir era necesario ser muy sincero. Una sinceridad que faltaba por completo a la verdad y rendía fidelidad a unas realidades inexistentes… Dicho de un modo más sencillo: un mentiroso también era una persona que debía mantener su palabra.
Una palabra que si llegaba a perder su velo ilusorio lleno de falsedad, terminaría esparcida en pequeños brotes que coparían la mente de aquel chico. Semillas de desconfianza que, una vez germinaran, sería imposible detenerlas. Expandiendo sus raíces por cualquier rincón, contaminando su pensamiento y generando dudas en cada acción. Incluso cuando éstas nacieran del arrepentimiento o la redención.
Era la forma más eficaz de destruir cualquier puente de confianza que hubiera tendido hacia otros. Agrietándolo desde lo más profundo a la misma velocidad con la que la desconfianza crecía, convirtiéndolo en escombros… Aquello que tardó tantos años en ser erigido, se hacía añicos por culpa del egoísmo en cualquiera de sus formas.
Por desgracia, el joven Rorschach tenía todo un jardín del que preocuparse.
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