Sin sentidos consentidos
Vivimos sujetos a nuestras propias percepciones a la hora de interpretar según qué situaciones en el transcurso de la vida, tanto si hablamos de aquellas en relación con nuestro fuero interno como las que se encuentran vinculadas con el mundo que nos rodea: todas ellas dependen del contexto así como de una serie de factores biológicos. De hecho, algo similar ocurre al interpretar los distintos matices del color: pese a ser capaces de detectar cerca de un millón de variaciones, puede haber diferencias en cuanto a que las coloraciones captadas sean la misma… aun siéndolo. A su vez, cada pigmento suele simbolizar una serie de aspectos e, incluso, producir determinadas influencias psicológicas.
Posiblemente, hablar de, por ejemplo, el «azul», nos permita entender cómo una misma tonalidad puede interpretarse e influir de maneras tan distintas.
Éste simboliza la tranquilidad, sirviéndonos también para representar el aspecto del mar. Un mar cuyo casi imperceptible vaivén de las olas nos mantiene en calma. Tan serenos como el cielo despejado que se encuentra sobre nosotros y cuya paz nos transmite con sólo observarlo. Similar al tinte que baña las plumas de aquellas dos aves que aparecen una conversación tras otra.
¿Y después?
Se podría dar la situación en la que permanecieran inmóviles. Observándonos en silencio. Primero tan sólo unos minutos. Tal vez durante horas. Quizás unos días… La calma desaparece y dichas aves se convierten en el reflejo de la indiferencia. En el reflejo de un rostro sobre la pantalla… Y no importa si el nombre es «Wilhelm» o el de la persona que se encuentra al otro lado: ambas alimentan un silencio que, en el fondo, están deseando romper… pero lo dejan para otro momento. Y el color cobra otro significado, siendo el de los malentendidos que van en dos direcciones. De las personas que dejan de lado sus emociones sin saber porqué.
Pasamos a ser esclavos de nuestros propios sentimientos; carceleros del silencio en que los encerramos. Y, sin embargo, lo peor no es el propio silencio en sí, sino el tiempo malgastado bajo su influencia.
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