Estaciones perdidas

Y dijo «adiós» antes de tiempo, ofreciéndole un billete de ida, sin vuelta y sin salida. Quedándose una mochila en la que guardar todos esos besos y caricias; una que perdería a medida que concluía su huida y, aun así, pesaría; lamiéndose las heridas que borrarían su sonrisa, pero que, en realidad, jamás conocería… jamás sufriría… Alejándose al son de amargas melodías: una última llamada; el aviso de que su tren ya partía.

Una vez más, viajaría en el vagón donde sólo había lugar para aquellos viajeros cuyas maletas ocultaban las más visibles de las agonías. Y es que nunca le gustó perder a eso de las despedidas: tiró los dados, y entrometiéndose entre el azar y lo que ya sentía, rompió el tablero y decidió ser ella quien ponía fin a dicha partida. Precipitándose sin esperar a ver siquiera cuál sería el resultado, sin ser realmente consciente de cuánto perdía… Observando la estación en la que debió quedarse desaparecer en la lejanía.

Mas escuchar un «hasta luego» de sus labios la mataría…. Y ciertamente, prefería hacer las veces del frío puñal que en el centro de las pocas ilusiones restantes se clavaría antes que sentir la puñalada cuyo último aliento desgarraría; ser jueza y verduga en lugar de acabar malherida, tratando de contener su propia vida.

Y, pese a todo, esperaba ser capaz de sobrevivir aun sin poder olvidarlo…

… Recordando su aroma en aquella estación donde quedó atrás el invierno.

~ Texto en colaboración con Cristina Saucedo.

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