Inesperados enlaces · 1ª parte

Causalidad… Una verdad universal a la que está sometido el orden natural de las cosas: a cada causa le sigue un efecto. Sencillo, ¿verdad? Un principio capaz de originar todos los posibles finales que deriven de él, incluso cuando alguno de ellos se convertirá en una continuación posterior. Ciclos sin fin.

Causa y efecto… El primero de ambos es el que forzosamente convierte al segundo en aquello que termina siendo. Sin uno, el otro jamás llegaría a existir. Una premisa primaria en todo su esplendor.

Causalidades, simples causalidades… Ciegos frente a inexorables lazos de lo casual y su arrastre; atónitos ante sus inesperados enlaces; absortos por las ocasiones y conexiones que éstos nos brindan con prodigiosa facilidad…

De no haber sido por uno de los múltiples descuidos de Dánae y la necesidad de despejar la mente que éste le generó, Wilhelm jamás habría entrado en escena. Si él no hubiera decidido aprovechar la ocasión para iniciar una conversación de la forma más cordial posible, en absoluto habría disfrutado de las vistas que ofrecía aquel ventanal mientras sostenía una copa de vino instantes después…

«¿Serán los entretejidos hilos del destino? ¿O quizá simples vaivenes del azar?».

No hubo espacio para la «artificial perfección milimétrica» de una cita cualquiera. Menos aún para los triviales intentos de impresionarse mutuamente. Relegaron a un lugar lejano los halagos sin sentido o las respuestas forzadas por compromiso…

Y como era de esperar, las palabras fluyeron a la misma velocidad que descendió el contenido de sus copas. Aun siendo perfectos desconocidos, las sensaciones que experimentaron dieron pie a creer justo lo contrario. Una conexión tan peculiar como inusual… Miradas que se mantenían pendientes entre sí, atentas a cada mínimo detalle; cómodos silencios que daban pie a continuar la conversación con más fuerza…

«¿Y para qué buscarle un sentido? ¿Acaso cambiaría algo?».

Dos manos entrelazadas en la parte de atrás de un taxi y una frase rondando en la mente de Dánae… mas no fue pronunciada: «Me muero de ganas por besarte».

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