Silenciosas sentencias
Si hablamos de «Samhain», probablemente nos encontremos perdidos en cuanto a qué alude dicho término proveniente de la cultura celta. Sin embargo, conocemos hacia dónde derivó: Noche de Brujas o Víspera de Difuntos.
Tradicionalmente, existe la creencia de que en estas fechas el mundo de los vivos está a un paso del reino de los muertos. Una noche en la que no sólo los espíritus de los difuntos visitarán a sus familias sino que, por si fuera poco, junto a ellos vagarán seres cuya maldad es tal que ni si quiera se puede cuantificar. Por ello, y tanto para ahuyentarles como para evitar ser dañados, adoptaremos su apariencia utilizando máscaras y disfraces… Una noche en la que enfrentarse a algunos de nuestros peores miedos, aun siendo estos meras quimeras.
«Halloween».
Y entre tanta representación maligna, olvidamos… Omitimos aspectos ciertamente importantes como que, en realidad, el «mal verdadero» no actúa en sigilo tras una máscara, sino que nos hace cómplices de sus actos con nuestro silencio. La infamia no teme mostrar su auténtico rostro; nunca lo hizo; nunca lo hará.
Porque el «mal verdadero» viene en forma de un pómulo femenino amoratado tras haber sido golpeado en repetidas ocasiones. La ruindad de aceptar que aquello fue producto de un simple resbalón al preguntar: «¿Qué pasó?».
Porque el «mal verdadero» laceró el cuerpo de aquel niño como resultado de una madre que no dudó en pagar con él sus frustraciones tras ahogarlas en licores. La abyección de quien no cuestionaba la procedencia de dichas heridas.
Porque el «mal verdadero» impregnó de sangre una ropita interior cuyos lacitos de adorno no preservaron su inocencia; tampoco contuvieron a esa bestia. Peor fue quien se encargó de la colada, pensando que aquello la fortalecería ante la vida.
… Aun sin capucha, el mutismo nos convierte en verdugos.
Porque el «mal» actúa con total impunidad gracias al silencio que guardamos los demás. O cuando miramos a otro lado. O cuando preferimos hacer que no vemos.
Porque para sentir miedo no hace falta inventarse monstruos: vivimos entre ellos.
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