Anatomía del deseo · Anotación nº008: Cerebros
La realidad, basándonos en la ciencia y teniendo en cuenta que en cada individuo puede haber pequeñas variantes sobre cómo les afecta el siguiente proceso, es que tanto el sentimiento de amor como la excesiva idealización del mismo ocurren en el cerebro. Para que sucedan, una serie de sustancias químicas se liberan en el interior de dicho órgano. Este proceso no responde a una simple casualidad: su activación viene determinada por detalles como el físico, la inteligencia o el estatus social. Evidentemente, no es un dogma; cada persona responde a unos «requisitos inconscientes» concretos en esa búsqueda del amor.
Una vez hayan encajado las piezas principales, tendrá lugar la magia. En un primer momento nacerá la «atracción»: ésta viene acompañada por la testosterona en el caso del hombre y el estrógeno si nos referimos al de la mujer. Ambas hormonas generan cambios de conducta hacia la persona que capta nuestro interés. La vista, el olfato y el propio lenguaje juegan un papel más que crucial en este punto donde lo esencial es establecer un vínculo cercano a través de dichos sentidos.
Seguidamente tendrá lugar el «enamoramiento»: en dicha etapa la producción de serotonina disminuye. Esta hormona mantiene a raya los pensamientos obsesivos, de ahí que al alcanzar este estado nuestra mente se focalice la mayor parte del tiempo en esa persona concreta. Asimismo, los altos niveles de dopamina generan una sensación similar a la de estar drogado a la par que nos hace ignorar algunos de los defectos de pareja. Así pues, ¿cómo evitamos esquematizar e idealizar tanto el amor como a personas y situaciones específicas cuando llega un punto en que nuestro cerebro nos empuja a ello?
Es inevitable flotar unos cuantos centímetros sobre el suelo. Sin embargo, y siendo esto decisivo para evitar una caída en el mayor de nuestros errores, no debemos olvidar tener los pies en la tierra ocasionalmente mientras disfrutamos del viaje.
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