Anatomía del deseo · Anotación nº009: Corazón
Si fuimos capaces de navegar a través de afluentes tan confusos sin ahogarnos en nuestros propios deseos, o mantuvimos el rumbo fijo evitando distraernos con el brillo de aquellas estrellas empeñadas en captar nuestra atención con su lindo y efímero brillo, será prácticamente inevitable soltar el ancla para desembarcar en las tierras del «amor verdadero». En otras palabras: alcanzaremos la etapa final, al menos aparentemente, de todo este proceso químico.
Un desenlace donde se nos revela que los niveles hormonales se han estabilizado lentamente a lo largo de nuestra travesía. Uno en el que únicamente son dos las sustancias protagonistas: la vasopresina y la oxitocina, siendo esta última conocida como la «hormona del amor».
Uno en el que… ¿realmente tiene tanta importancia cuál ha sido el proceso hasta llegar a dicha fase?
¿Qué más da si dos corazones hicieron florecer la magia hasta situarnos en este punto o si dichos órganos sólo reflejaron sensaciones creadas en nuestro cerebro? ¿Tan relevante es que ocurriera por la culpa de un cóctel de sustancias o que la verdadera responsabilidad cayera en conexiones y procesos que no se pueden explicar a través de sucesos científicos? ¿Perdería el amor su valor al desaparecer el misticismo?
Evidentemente… no.
¿Y por qué no olvidar todo lo anterior para poder centrarnos en disfrutar un nuevo amanecer?… Agradecer la brisa que acaricia con suavidad nuestro rostro. Fluir con la situación de la misma manera en que lo hace el agua al rozar nuestra piel con cada nuevo rompimiento de las olas. Escribir con la punta de nuestros dedos en la arena tan sólo una palabra.
Y es que «amor» se escribe con…
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