Anatomía del deseo · Anotación nº011: Celotipia
Ansiedad al advertir cómo los eslabones de unas cadenas invisibles nos condenan con sus marcas, produciéndose a medida que éstas aumentan la presión sobre la piel. Arrastrándonos contra nuestra voluntad, al menos en apariencia, a un pozo de profunda amargura. Uno en el que encontrarnos con los trastos que, tiempo atrás, lanzamos una y otra vez en todas las direcciones posibles… Raídos; ajados; incluso bañados por la pestilencia del lugar. Enseres que en su día lucieron lustrosos con la intención principal de amueblar nuestras cabezas… Y acabaron enterrados en un vertedero cualquiera, junto a lo mejor de nosotros mismos.
Miedo a la pérdida. A las grietas invadiendo los barrotes de aquellas cárceles de cristal; unas que, de hecho, nunca fueron necesarias. A los vidrios esparcidos por el suelo una vez se terminaron de quebrar. Tratando de enjaular un corazón cuando éste jamás tuvo intenciones de escapar. Uno del cual nunca fuimos dueños, pero siempre quiso ser nuestro incluso en nuestra propia necedad. Un corazón que, pese a todo, aceptó los límites impuestos por muros invisibles… Cuando dichos muros no debieron existir.
Otelo susurrándonos al oído, hablándonos acerca del malfacer de Cupido. Creando indicios sobre delitos en escenas del crimen ficticios, tan sólo presentes en nuestra retorcida mente. Empujándonos por el tablón, dejándonos a merced de un mar de dudas. Ahogándonos en las agitadas aguas de la desconfianza.
Retales rasgados por el recelo. Y amaneceres que no parecen llegar… porque en verdad, nunca volverán. Y la obsesión impidiéndonos ver cómo la luz que tanto anhelamos se apaga en derredor.
… Llamándolo «amor». Autoconvenciéndose de que lo es. Sintiendo la frustración en cada ocasión en la que uno es consciente de que no podría estar más lejos de serlo. No… de ningún modo debería ser escrito así.
En cambio, «amor» sí se escribe con…
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