Anatomía del deseo · Anotación nº005: Vientres

Llegados a este punto, las opciones para con nosotros mismos se limitan hasta el extremo. Como si de un torbellino se tratara, nuestros pensamientos chocan entre sí de manera constante, danzando de un lado a otro en bucle. Mostrándonos tras el telón la misma serie de preguntas con las que martirizarnos en una obra cuyo final aún no está escrito. Y aunque dicho final sólo depende de uno mismo, somos incapaces de hacer lo necesario para lograrlo. Aceptarlo y abrazarnos al olvido se nos antoja algo imposible; preferimos retorcernos en nuestro dolor.

Lo que en un principio eran cientos de mariposas revoloteando con suaves aleteos en el estómago, mutaron hasta convertirse en un enjambre de violentas avispas ansiosas por escapar. Clavando continuamente sus aguijones en el interior del vientre. Recordándonos que están ahí.

Somatizamos esas experiencias haciendo que el sufrimiento sea tan real como inexistente: pese a que todas y cada una de esas sensaciones nacen en nuestro cerebro, las experimentamos como si de un mal físico se trataran. Esas profundas punzadas llegan a notarse en la piel. E, incluso, llegamos a necesitar que así sea.

Pero… ¿y qué importa? Al final todo se reduce a lo mismo.

«Pensando en ella…»

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