Aquel chico · 2ª parte

Con el paso del tiempo se transformó en una persona considerablemente analítica, observadora al extremo. Metódica hasta rozar lo enfermizo. Cruel si la situación lo justificaba… A sus ojos, el bien o el mal no eran más que tecnicismos. Palabras sin el valor suficiente como para abarcar tantas situaciones distintas. Pensaba que la justicia debía situarse en un plano superior a esos términos. Por ello, sólo tenía en cuenta dos variables a la hora de actuar: hechos justos o injustos.

Como imaginaréis, él mismo sabía que en ocasiones tendría que hacer el mal para lograr un bien mayor. O, cuando no fuera posible, al menos provocar el mal menor.

No tardó mucho en ser consciente de que la verdadera crueldad radica en el campo psicológico y no tanto en el físico. Explotó esta cualidad. Durante demasiado tiempo caminó tan al borde del abismo que perdió toda capacidad de sentir algún tipo de remordimiento. Contaba con su propio código ético.

Llegó un punto en el que no tenía ningún tipo de esperanza. Quien quiera que le estuviese observando desde lo alto lo abandonó tiempo atrás. Y cuando se pierde la esperanza… el miedo desaparece. Tanto fue así que incluso lo perdió a la muerte. No había razón para temerla y, sin embargo, eran muchas las ocasiones en las que anhelaba su abrazo. Para él esa era la verdadera tristeza…

Porque la tristeza era asumir ese lastre durante casi una década. Tristeza era no abrazarla con tal de que otros no llevaran una carga extra; una que les rompería y sería insoportable. Tristeza era mantenerse entero a cada segundo, mostrándose ante sus conocidos y amigos como una persona firme, segura y con control si la situación lo requería. Tristeza era conseguir que nadie sospechara acerca de dichos pensamientos. Tristeza era haber perdido parte de su humanidad en el proceso.

Tristeza era querer gritar para sacar vaciar su pecho… y fallarle la voz.

Tristeza era querer llorar… y faltarle las lágrimas.

Tristeza era querer amar… y tener la sensación de haber olvidado cómo hacerlo.

No había nada de especial en él.

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