Cálida frialdad

Vivimos en un mundo en constante movimiento. Una era en la cual la inmediatez y el individualismo están a la orden del día. Donde el tiempo es uno de los bienes más preciados que creemos poseer, obligándonos a elegir cuidadosamente con quién y cuánto vamos a invertir en cada situación. Mas, sin esperarlo, todo cambia de la noche a la mañana: surge ante nosotros una silueta que nos hace olvidar la vorágine diaria, congelando el tiempo a su paso…

Nicoleta Cloverfield irrumpió en la vida de ese hombre de la misma forma que un martillo al estrellarse contra el reloj: hizo que su interior quedara patas arriba. Prácticamente desde el primer beso hasta el día de hoy.

No obstante, ella tenía miedos.

Miedos que le invadían sin avisar, haciéndole cuestionar sin pensarlo cada palabra escuchada, cada gesto lleno de dulzura o cada apasionado beso… Pero sin llegar a tener la suficiente fuerza como para dominarla. O peor aún: como para mandar todo al traste. Si bien es cierto que en ocasiones hacía gala de cierta frialdad, el resto de situaciones compensaban con creces aguantar pequeñas ventiscas. Él la consideraba tan bella como un copo de nieve y, a su vez, tan frágil como fugaz. Aunque hay que recordar que el hielo acaba derritiéndose con un poco de calor e, incluso, puede llegar a romperse o evaporarse…

Y, pese a todo, él la veía perfecta.

Sin embargo, no tenía esperanzas en este mundo. Aquel chico era uno de los hijos del fracaso: jóvenes abandonados en una sociedad que no vacilaría ni un instante a la hora de pisarlos. En cada ocasión que se miraba en el espejo este le devolvía el reflejo de una figura llena de cicatrices. Sin rostro. Sin identidad. Cada huella sobre su espíritu era el reflejo de una victoria. Pero también de muchas pérdidas… El pasado aún pesaba sobre sus hombros.

A pesar de ello, Nicoleta le miraba como si fuera especial.

No lo era…

Y eso le asustaba.

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