Por amor a… · 3ª parte

A fin de cuentas, todo podría quedar resumido en una cuestión de egos… Egos a los que, sin embargo, no se puede cuestionar. Aunque no es tanto asunto del «poder», sino más bien de las consecuencias que traería consigo. Si bien para Athos la falta de «autocrítica» es una de las principales actitudes cuestionables de las que ciertos autoproclamados «artistas» presumían gustosamente, no era la única ocupando un trono para nada cómodo: la incapacidad de lidiar con críticas de terceros le parecía igual de preocupante. Eso sí, con matices, puesto que tal hecho sólo se produciría con aquellas que no fueran abiertamente positivas.

Bajo el criterio del muchacho, dichos gestos no eran más que el reflejo de una falta de adaptación a la vida. Búsquedas incesantes de admiración e idolatración con las que parchear sus propias inseguridades. Mas veía cierto contraste entre los valores de los cuales se vanagloriaban y sus discutibles actuaciones: linchar públicamente a quien se atreviera a poner en entredicho sus «exposiciones». O peor aún, tener la desfachatez de alentar a otros a para realizar tal gesta en su nombre…

«Ridículo».

Y tampoco es que defendiera la tolerancia frente a cualquier tipo de actitud en lo que a opiniones respecta. Por supuesto que no. En cambio, sí estaba totalmente en contra de las reacciones desmedidas: a cada pecado, su penitencia.

A fin y al cabo, exponen sus «creatividades» públicamente… pero, en el fondo, ¿para qué? Tanto el arte como la propia vida son similares: caer para luego levantarse; expresar y no sólo centrarse en placeres a los que de una forma u otra aferrarse, sino también observar aquello cuya existencia está limitada a las zonas más grises; un camino en el que aspirar a mejorarse… Un proceso de constante aprendizaje. Y es que, en realidad, no saben tanto como creen. Ni quieren aprender.

Mas, en definitiva, cada cual es dueño de labrar su imagen, ya sean quienes aspiran a ser halagados como aquellos que les siguen a ciegas…

«Dicen que una imagen vale más que mil palabras… por desgracia, otras no llegan a tanto».

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