Siluetas de porcelana

Lucy… Curioso nombre para una criatura cuya existencia sigue resultando tan importante aún habiendo finalizado eras atrás. Para algunos, no fue más que un homínido perteneciente a la especie del australopithecus afarensis con la inusual capacidad de caminar erguida; para otros, la madre ancestral de la humanidad. Ya fuera fruto del azar o de la necesidad, esto le reservó un sitio destacado en la historia.

Más de 3 millones de años separan nuestra existencia y, aún así, hay quienes le definirían como el primer ser humano de nuestro planeta; algo similar al prólogo de lo que somos hoy en día. No obstante, y por irónico que parezca, todavía somos incapaces de contestar a la siguiente pregunta: «¿Qué es un ser humano?».

Se podrían encontrar tantas respuestas distintas como personas a las que se les planteara la cuestión; sin embargo, ninguna de ellas estaría en posición de afirmar que la suya es la certera.

Samael, de hecho, pensaba que la mayoría de esas contestaciones se alejaban en gran medida de la realidad.

Bajo su punto de vista, nuestra especie invertía más esfuerzos de los necesarios buscando respuestas en tiempos pasados cuando ni siquiera entendemos nuestro presente más inmediato.

Por un lado, los avances científicos, genéticos y tecnológicos habían provocado una falsa creencia, posicionándonos por encima de cualquier otra criatura de la tierra, autoproclamándose casi dioses. Efímeros en el tiempo, alterables, ineficientes e imperfectos, pero con poder casi absoluto sobre todo cuanto nos rodea.

Por otro, situados en un extremo alejado de la ciencia, están quienes defienden que nuestro papel viene definido incluso antes de nacer… por nosotros mismos. Un proceso en el que nuestro alma y esencia más pura aprenderán una serie de lecciones, elevándonos a un estado superior al finalizar nuestra vida.

Eligiendo una rama u otra, no cesamos en el empeño por saber de dónde venimos mientras dudamos del sentido de nuestra existencia sin tener del todo claro hacia dónde vamos.

Ahora bien, ¿qué es un «humano»? Por superficial que sonase, Samael no nos consideraba más que puntos conectados unos con otros a través de una serie de líneas, formando siluetas diferentes entre sí que bien vendrían definidas por genética o por azar.

Simples siluetas. Siluetas que nos hacen tan reales como tangibles. Siluetas que dan forma a nuestros ojos, con los que reafirmar y observar la presencia de los demás e, incluso, la nuestra. Observamos las siluetas cuyos senos sean más grandes, sus bíceps estén más tonificados o, simplemente, las que sean unos pocos centímetros más altas. Pero esas visiones juegan en dos direcciones, evitando mirar aquellas siluetas un poco más anchas, un poco más bajas o un poco más desproporcionadas de lo habitual. Siluetas que nos acercan y alejan entre nosotros.

La unión de otros puntos dan lugar a nuestros labios, permitiéndonos hablar entre nosotros. Dándonos la oportunidad de reflejar admiración o repulsión a través del sonido. Lamentablemente, muchas de esas palabras son sacos de mentiras.

Apariencias con las que nos dañamos continuamente, bien con las formas, bien con las palabras, bien con nuestros actos.

Todo esto nos hace olvidar lo más importante…

Somos como figuras de porcelana que, inevitablemente, perderán su belleza con el tiempo… Y, pese a ello, nos aferramos a dichas formas como si fueran a durar eternamente.

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