Susurro nº004

«Ladran, luego cabalgamos», como si el ruido garantizara un «triunfo»… Como si para reafirmarlo, se obviara adrede una realidad evidente: los perros también ladran cuando tienen hambre.

Altivos y orgullosos observando el horizonte, luciendo una firme mirada al frente. Creyendo parafrasear a cierto «ingenioso hidalgo de la Mancha», relevando así una incómoda verdad cuyos ojos son los únicos capaces de captar. Ilustrando con su verborrea a cualquiera de los «Sancho» con más bien poca sal en sus molleras que encuentren al paso. O con los que fuercen un encuentro.

«Caballeros de la Triste Figura» con tono condescendiente. Considerándose dignos de iluminar las «mentes» de quienes ya habían experimentado los claroscuros de la vida en sus propias carnes, obviando dicho detalle con tal de seguir legitimando un discurso con el que abanderarse. Con el que posicionarse por encima gracias a los aplausos de quienes no dudaban en recurrir a los mismos métodos.

¿Qué importaban los hechos? ¿Dónde quedaba la «vergüenza» al reafirmarse como «más inteligentes» o «vividos» que todos los demás aun a sabiendas de esgrimir un argumento falaz? Tan cultos en sus expresiones… Y tan repletos de satisfacción. Olvidando, o más bien ignorando, que la manida frase inicial poca relación tenía con «El Quijote» y más con Goethe. Más de un antiguo proverbio y su evolución incluida en el poema «Kläffer»… Más con una sucesión de realidades palpables que con aquellas siniestramente deseables para sentir ser alguien, en las que tanto molinos como gigantes dieron lugar a una absoluta «nada». Pese a negarlo una y otra vez mientras muestran alguna de sus mejores caras.

Intentando convencernos de su buen hacer. Del éxito en sus acciones que provoca inevitablemente que los chuchos enseñen sus dientes… Asegurándonos que, en realidad, dichos canes no muestran los dientes por falta de qué echarse al buche…

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