Si aun a sabiendas de que no estás del todo bien, o al menos, no todo lo bien que deberías estar, es incapaz de regalarte un «hola, ¿qué tal?»… No es tu lugar.

Porque las palabras en sí mismas, o la ausencia de ellas, no siempre son suficientes para reafirmar su significado, pero permiten intuir cuando tras la apariencia de un «viaje en conjunto» tan sólo se esconde una parada más en el trayecto personal de quien te llama «hogar»… Pese a que te utilice exclusivamente como «refugio». Y es irrelevante si sucede bajo la etiqueta del «amor» con la cercanía que implica, de la «amistad» con su intrínseca lealtad o, incluso, de la acogedora «familia».

La metodología es la misma.

Aferrada a un bote que no le pertenece ni tampoco pretende preservar, reclamará en él su espacio. De hecho, esa persona hasta parecerá remar. Sin embargo y con el tiempo, disminuirá la intensidad con la que se implica mientras pierde el foco de manera progresiva, centrándose en la belleza del entorno, la brisa, la paz y lo que le pueden aportar en lugar de interesarse en entender por qué se dan incluso en tus horas más bajas.

Monopolizará las anotaciones del cuaderno de bitácora dirigiendo a la par todas y cada una de las charlas producidas. Desahogándose… convirtiendo el manso oleaje en un tsunami de «lágrimas» y «malas vibras», poniendo a prueba la resistencia de tu pequeña barcaza. Autoproclamándose capitán llegado el momento, pero sólo tomando el timón cuando lo considerara oportuno. Aprovechando la situación al tener la certeza de contar con un hueco en tu navío en caso de ser necesario.

… En cualquier caso, de manera incondicional.

Desapareciendo cuando se trata de compartir o disfrutar de sus buenos momentos. Desoyendo los no tan buenos cuando es tu turno de compartirlos.

Ignorando tus palabras. Desviando el rumbo original de las conversaciones hasta quedar satisfecha. Estando por estar… Estando a medias.

De verdad… No es tu lugar.

Ni tampoco uno en el que la otra parte debiera permanecer un minuto más.